Prólogo
PRÓLOGO:
Palabras para despedazar la amnesia
“Ahí están
las costras de la historia
doblándole la mano a la amnesia.”
(“Huellas”, César Luis Uribe)
Transcurridos cuarenta años del infausto golpe de estado de 1973, que de un día para otro hizo trizas las bases democráticas del país y alteró por completo la vida de todos sus ciudadanos y ciudadanas, y cuando –tras el extenso lapso de la dictadura militar—la nación chilena ha elegido de manera democrática a sus últimos cinco presidentes, el poeta César Luis Uribe, golpea nuestra memoria y nuestra conciencia con el golpe mayúsculo de este pequeño poemario que me ha pedido prologar.
Amores hipócritas, subtitulado Versos del cautiverio, es un libro tan breve como poderoso. Un libromasticado, mordido, urdido y sufrido en las tortuosas celdas de la memoria que pueden llegar a ser más crueles, dolorosas y agobiantes que las celdas reales, aseguradas con múltiples cerrojos y resguardadas por policías sin rostro ni nombre ni sentimientos.
El poemario se abre con una cita del Informe de la Comisión Nacional de Prisión Política y Tortura, que da cuenta de los inconcebibles niveles de angustia que sufrieron los presos políticos de la dictadura y de su dificultad para encontrar las palabras con las que pudieran comunicar la experiencia de haber estado al borde de la muerte. A dicha cita sigue otra de Francisco de Quevedo y Villegas que no hace más que profundizar en el desamparo del ser humano enfrentado a esa situación límite. Los versos “Y no hallé cosa en qué poner los ojos,/ que no fuese recuerdo de la muerte” son la puerta que nos lleva al tema central del poemario: La angustia del ser humano privado de libertad por la incertidumbre de su futuro.
“Vendan mis ojos./ Esconden su pánico, sus vergüenzas en mis densas gafas,” describe el poeta dando cuenta de la oscuridad con la que es castigado, así como del mundo dual en el que viven los personajes. “Se me vienen con urgencia el olfato, la audición. El tacto/ se me vuelve hermoso.” La ceguera obligada estimula poderosamente los demás sentidos. Negada la visión, los otros sentidos se agudizan “como dedos que rozan lo prohibido [y] detectan lo invisible” (Recorrido, 9), acentuando la carga emotiva de un presente sufrido con inusual violencia en un espacio percibido sólo a medias, por los designios del permanente terror y la intuición.
La vista es relegada a su más mínima expresión: “Un ojo se me incrustó por años en la pared” (Espejo de las voces, 10). El yo se quiebra o se desdobla. Las murallas y los barrotes de la celda se vuelven parte de él, comparten el olor de su sangre y el olor de su cuerpo, hasta volverse él mismo parte de esa celda (o una celda en sí mismo) en medio del horroroso mundo que lo rodea.
El poeta nos muestra la angustia de un presente marcado por limitaciones extremas. Un mundo donde el que entra no tiene ninguna posibilidad de salir; es decir, de salir vivo, o como lo dice su enfático verso: “Nada sale de aquí./ Todo entra.” (Límites, p. 18)
En ese mundo --según la autoridad militar formado por chilenos de primera y segunda clase o, más explícitamente, en ‘patriotas’ y ‘antipatriotas’-- el poeta deja claro que en el interior de la prisión, igual que en los campos y ciudades del país, no hay lugar para esa división absurda. El sufrimiento y la rabia contra la injusticia no crean antipatriotas deseosos de luchar contra lo que siempre ha sido suyo. Al contrario, incluso en los momentos más horrendos de la tortura, el poeta se ve a sí mismo como un trozo dolorido y maltratado de la patria en la que nació y a la cual pertenece por nacimiento y formación, así como por los valores aprendidos desde pequeño en la casa y la escuela: “Pies atados, tobillos juntos/ y una soga larga como nuestra geografía.// Cabizbajo, haciendo norte nuestro sur… Izado, como emblema nacional,/ no flameas.” (Geografía, p. 20)
La patria chilena de sólo norte y sur ha perdido la cabeza. Lo que era norte es sur. Nadie entiende nada de nada como si una fuerza maléfica lo hubiese alterado todo. La soga del suplicio semeja la geografía de la patria amada; el cuerpo colgado y dolorido se vuelve imagen del emblema nacional, cuya manipulación por los estrategas de la dictadura lo vuelven figura sufriente, dolorosa, manchada de sangre inocente.
El mundo del poemario es habitado sólo por dos personajes: el encarcelado y el carcelero. Dos seres en extremo distintos; dos seres arrastrando dolores y temores de opuesto cuño; dos seres enfrentados a la realidad que los aplasta y sobrepasa, y a su preguntas sin respuesta:“¿Qué sentirá al verme” vendado” con cadenas,/ curvado sobre la mesita escolar/ que algún día,/ algún joven/ usó para intentar el vuelo?” (Campana, 26).
El poema final, “Amores hipócritas”, que da título al volumen, revela la desesperanza del yo lírico en el presente de la escritura. No por pasada la historia está olvidada, ni mucho menos sus consecuencias. El doloroso ayer es una herida que no ha conseguido cerrarse puesto que sus efectos se han vuelto perturbadoramente imperecederos. “Murió el amor”, dice el poema, arguyendo que hasta el más hermoso de los sentimientos fue destruido desde sus bases y asimismo, a pesar de cuatro décadas de desencadenado aquel mal, hasta hoy día: “Nos miramos en la desconfianza,/ crecimos en las sospechas,” los prejuicios,/ las traiciones” (Amores hipócritas, 34).
Y por si en estas breves páginas de bienvenida al libro de César Luis Uribe pudiera parecer que todos los dolores y desconfianzas del yo lírico se deben a la memoria de la cárcel y a las consecuencias de aquélla; para ser justo, debo aclarar que no es así, puesto que un dolor nunca tan grande como el de la prisión y la tortura, pero de todas maneras, nada de pequeño, es el causado por el cambio de actitud y por la pérdida de ideales de muchos de sus antiguos compañeros de ruta: “Podría decir/ que,/ a la derrota, sobrevino un camino diferente,/ un camino de acomodos que incomoda.” Otro dolor que lacera en el presente y que se suma a los dolores históricos es el de “La moda, [que] con sus modos alucinantes,/ espejos que embelesan a tantos/ parecidos a mí” (Acomodos, 32), dando cuenta que son esos malsanos acomodos los que denuncia el título Amores hipócritas.
En síntesis, este breve poemario de César Luis Uribe, se planta frente a sus lectores para remecer la memoria de sus compatriotas que, en parte, quieren creer que se acabaron los nocivos efectos de la dictadura. No es así, dice el poeta, sus efectos siguen vivos, presentes o latentes en muchos que han cedido a la tentación del acomodo social y/o económico sin ningún respeto por los ideales ni por la memoria histórica.
Un libro tan importante y necesario como éste que se publica al cumplirse cuarenta años del golpe de estado del 11 de septiembre de 1973 merece muchísimos lectores dentro y fuera del país, y así lo ha entendido el joven poeta y traductor norteamericano Zachary Hayes quien ha hecho un magnífico aporte a esta edición.
Havertown, 17 de junio de 2013
Carlos Trujillo
Associate Professor
Department of Romance Languages & Literature
VillanovaUniversity